miércoles, 10 de mayo de 2017

Navegar por las islas Quirimbas.


Siempre hacia el norte.
Llegando a la isla de Goa

Uno de los mayores alicientes de viajar al noreste de Mozambique
es moverse de un lugar a otro en los típicos barcos a vela árabes denominados dhows o daos. Es fantástico deslizarse por las aguas turquesas, sin ruidos de motor, sólo el frufrú de las velas, el sutil quejido de la madera y la charla de los marineros. Eso sí, si vais en julio o agosto, planificad el viaje de sur a norte e intentad no hacer travesías de ida y vuelta. La vuelta hacia el sur, con el viento en contra puede durar tres veces más que la ida, podéis acabar empapados e incluso pasar un poco de miedo. Es justo entonces cuando te percatas de lo joven que es el capitán, y no digamos ya sus ayudantes. Eso nos sucedió a nosotras al volver desde Cabeceira pequena a Ilha de Moçambique. A duras penas conseguimos montar a bordo, antes de ponernos en marcha perdimos en el agua una de las pértigas de las que se ayudan para salir de la playa o atracar, ya en mar abierto al cambiar de orientación la vela se les mojó, con lo que aumentó considerablemente su peso y exigió de nuestra colaboración para poder volver a arriarla. Acabamos empapadas. 

Playa de Wimbi. Pemba
Pero, si nos cuidamos de ir siempre hacia el norte, disfrutaremos mogollón. 
Desde Ilha de Moçambique se pueden hacer diversas excursiones en dhow: a la isla de Goa, denominada así porque antiguamente los portugueses la utilizaban como escala en sus viajes a la India; a la ilha dos sete paus, a Cabeceira pequena, donde podéis disfrutar de bonitas playas, lagos donde bucear y centenarios baobabs, o a Chocas, con su enorme playa donde asoman los cangrejos en masa al atardecer como una especie de invasión.



La playa de Chocas al atardecer


Ir de Ilha a Pemba en barco ya es otro tema. Nuestro capitán en Ilha, Raimundo, nos dijo que él no se atrevía, como mucho hasta Nacala y con miedo. Incluso cuando nos llevó a Chocas, después del cague que habíamos pasado dos días antes, evitó el acercamiento por mar a la playa, y dejando el barco y a sus dos ayudantes a las puertas del manglar, nos guió por éste a pie, con el agua a veces por las pantorrillas hasta el camping y de allí a la playa.
 De Chocas, ya en el continente, se puede ir en 
Chocas

chapa machibombo a Pemba. Sale del mercado hacia las 3:00 de la madrugada, pero os dirán que vayáis a las 2:00 para que veáis cómo despiertan el conductor y los ayudantes, cómo se dan media vuelta tirados en el asiento que ocupan tras comprobar que todavía pueden remolonear cinco minutos, cómo se ponen soñolientos a comprobar el estado del vehículo.... Hay que hacer transbordo en Namialo, pero no os preocupéis, los chavales del machibombo se encargan de todo, paran alguna chapa que vaya para allá y te mandan subir. Nosotras no tuvimos que esperar ni un segundo en Namialo. 



Murrebué

Pemba en sí no es nada del otro mundo, aunque el barrio viejo no está mal, pero para comer y disfrutar un poco de la playa hay que ir hasta Wimbi, a 5 kilómetros. Se puede ir andando bien bordeando el mar bien siguiendo la 25 de setiembre, o coger un taxi. La playa a veces esta muy sucia, pero en el Golfinho se come muy bien (langosta, cangrejo parecido al centollo, sepia, ¡chorizo!..), el bar de al lado, Solymar o algo así, está muy bien para tomarse unas cervezas y observar a pescadores intentando vender sus capturas de colores tropicales a familias indias con chacha, niños y jóvenes tirándose agua, embadurnándose de arena o haciendo deporte... Cuando estuvimos nosotras había un festival deportivo de jóvenes de todo el país y la playa estaba animadísima. Pero si queréis playa limpia mejor id al Pemba Beach, a un par de kilómetros, o a las playas que siguen en dirección a la ciudad, donde no hay turistas, ni bares, pero si se puede pasear en marea baja y ver a los niños pescando o divirtiéndose. O aún mejor, coged un taxi y decidle que os lleve a Murrebué, playa fantástica, desértica excepto en fin de semana, pero inolvidable. Cuando baja la marea, el mar se aleja casi hasta las Comoras, de mar a desierto. Las aguas son cristalinas, las aves acompañan a los pescadores, unos y otros andando sobre las aguas del mar como en aquella estampa bíblica, los niños se entretienen buscando nialis (gusanos). Los dueños del hotel Ulala lodge no os darán de comer si no estáis alojados allí (son de habla francesa) y el otro hotel, el  Upepani, sólo abre los findes. Tenedlo en cuenta, si queréis pasar allí todo el día. Para tomaros una cerveza no hay problema. Nosotras contratamos un taxista para todo el día, pero puede que haya otras opciones. De todas formas, merece la pena.
Murrebué
De Pemba podemos coger un camión que sale de madrugada (hacia las cuatro) hacia Tandanhangue y allí tomar el dhow a Ibo. Hacia las cuatro esperáis en la calle 25 de setiembre, donde suelen parar todos los buses y por allí pasará un camión pick up abierto por detrás gritando “Quissanga praia, Quisanga praia...” Hay que sentarse en el suelo, mejor contra la cabina del camión, para evitar el viento y poder descansar la espalda, ya que le cuesta unas cinco horas llegar a Tandanhangue, y aunque las primeras horas no se sube mucha gente -por lo menos en nuestro caso así fue- y puedes estirar las piernas y cambiar de posición, según te vas acercando a Tandanhangue cada vez son más los viajeros que se montan con diversas pertenencias y bultos, o incluso una cama entera, y la falta de espacio hace que algún bolso increíblemente pesado (qué coño lleva la señora en el bolso no me lo puedo imaginar) acabe apachurrándote el pie, por ejemplo. 
Playa de Tandanhangue. Dhow a Ibo.
Una vez en la pequeña playa sólo hay que esperar un rato -en nuestro caso no fue muy largo, una hora tal vez- a la sombra de un baobab centenario hasta la llegada de varios barcos que llevan gente y bultos a Ibo. Nosotras fuimos cinco personas y una carga de piezas de uralita. Como los dhows no se pueden acercar hasta la orilla, algunos barqueros se ofrecen a llevarte hasta el barco por 50 céntimos. Los dhows tienen motor que utilizan para salir de la playa y para hacer los últimos metros antes de atracar en Ibo.
La isla tiene a parte de un conjunto arquitectónico de interés, agradables restaurantes.
Llegando a la isla de Quirimba
De allí se puede hacer una excursión a la isla de Quirimba. Una vez al mes, cuando la luna lo permite, se puede acceder andando por los manglares, rapidito para que la subida de la marea no te pille, ya que hay que atravesar algún que otro río y si sube el nivel del agua puede ser infranqueable o peligroso. Si no llegamos en el momento oportuno, se puede ir andando por el manglar hasta una pequeña playa donde un dhow a motor te acerca a la isla, siempre que el guía no se pierda, como nos sucedió a nosotras. Enseguida consiguió encontrar la playa buena, pero yo lo pasé muy mal: la marea subía con decisión llegándonos con cada ola el agua un poco más arriba, hasta casi la cadera. Yo ya estaba mirando hacia los árboles de mangle, a ver a cuál podría subirme, aunque con el agua a la cintura y el fondo arenoso lleno de los nuevos brotes de mangle que como puñales se clavan a las chanclas (se quedaron con la suela de una de las mías y tuve que comprarme unas Ipenema en la tienda del pueblo) iba a ser una ardua tarea. Pero la excursión merece la pena. La llegada fue muy swahili: unos árabes con sus ropajes blancos esperaban en la playa mirando en lontananza a ver si venía su barco.
Árabes esperando un dhow en la isla de Quirimba



De Ibo se puede ir en barco a Matemo. Nosotras acordamos precio
Matemo
con una lancha a motor. Lo mejor es preguntar en el hotel en que estéis. Se llega en poco tiempo, una hora o dos, y sin percances. Matemo es un lugar paradisíaco de playas vacías, donde se convive y comparte pesca con las aves. Tienes toda la playa para ti y los barcos a vela de los pescadores amenizan las vistas de un mar de aguas cristalinas. Por la mañana con la marea baja  las mujeres van a mariscar casi hasta la desierta isla de Rolas, fantástica también, y los pescadores salen a la mar. Al mediodía se puede ver alguna mujer golpeando algún pulpo en la playa, con la cara embadurnada con musiro.
Hacia Pangane
De Matemo salimos otra vez en dhow a Pangane. Por el camino visitamos la desierta y preciosa isla de Rolas. El viaje fue fantástico, el tiempo era excelente, la mar estaba super tranquila, las aguas eran de un azul turquesa, algunos barcos andaban a la pesca de langosta,...
Pero, como he dicho al principio,  es importante ir siempre hacia el norte. Cuando llegamos a Pangane, un hombre que estaba en el hotel Panganar donde nos íbamos a alojar nos dijo: “¿vienen de Matemo? Ah! Con viento a favor bien, pero como haya ventanilha (a si llaman en Mozambique al viento en contra) el viaje es un puro baño”.
Llegando a Pangane
Pangane es una lengua de tierra a arenosa llena de palmeras y casas de makuti bien cuidadas. La actividad principal del pueblo es secar pescado y por todas partes hay terrazas con pescado puesto a secar.  La lengua de tierra sería paradisíaca si no fuese porque las playas y el mar están muy sucios, debido a la fuerte actividad pesquera y a que queman las basuras en la orilla.


Pangane
Se acabaron los viajes en dao. Volvimos a Pemba en chapa, pasando primero por Macomia. En el hotel Panganar os pueden reservar una plaza en la chapa que sale hacia las dos o tres de la madrugada (ellos mismos os despiertan). Mejor en cabina, ya que si no hay que ir en el remolque sobre los sacos de pescado seco. Si así lo deseáis en Macomia enseguida os meterán en otra chapa a Pemba.
Rolas

miércoles, 3 de mayo de 2017

Qat en Madagascar


Joven con una rama de qat en la mano. Nosy Be. Madagascar
El qat es una droga blanda que procede de un arbusto semejante al del café.  Se toman las hojas más nuevas frescas y se mastican sin tragar. Se van ingiriendo poco a poco más hojas hasta hacer una bola en el papo. Se acompaña la ingesta de esta droga con agua, ya que produce mucha sed y la lengua se queda rasposa. Según va haciendo efecto sientes como el cerebro se va adormeciendo y con él cualquier problema que tuvieses. Además, desaparece la sensación de hambre.

Se consume diariamente en el occidente de Yemen, lo que antes se denominaba Yemen del norte, y también en el cuerno de África: Somalia, Etiopía y supongo que también en Djibuti, Eritrea y Somaliland. En Yemen es muy fácil ver puestos en los que venden la droga en los mercados, así como hombres  que la compran en bolsitas y se la sujetan al cinto, llevando siempre con ellos un botellín de agua mineral. Todos los días se ve hombres tomándolo, siempre a la tarde, una vez que ya han comido. Ver mujeres consumirlo en público es más extraño, pero yo vi una mujer tomarlo en una family room o apartado de las cafeterías y restaurantes reservado a mujeres, parejas y familias, mientras fumaba una pipa de agua o narguile (a nosotras también nos ofrecieron la pipa). Su consumo no supone que dejen de trabajar, pero el ambiente en los zocos, por ejemplo, es más distendido, y se ven hombres jugando y haciéndose bromas por  doquier. Si por alguna cuestión tienen que ir al sur y no van a poder consumir qat o el que tomen no va a ser tan fresco como desearían, se enfadan sobremanera.

En Etiopía también es habitual su consumo, aunque no tanto como en Yemen y nunca he visto ninguna mujer consumirlo. En el norte vimos como el ayudante de un autobús le compraba qat –allí lo llaman chat- al conductor para que resistiese las 13 o 14 horas de viaje sin parar ni para orinar. No son tan cuidadosos a la hora de elegir las hojas que toman como en Yemen, creo que los etíopes se lo tragan y no sólo lo acompañan con agua como los yemeníes, sino que a veces toman fanta u otro refresco para calmar la sed que produce. Vimos venderlo en el mercado de Bati. En el sur es más frecuente ver a hombres consumiéndolo en público. Allí es donde lo probamos nosotras, porque nos lo ofreció un joven para calmar nuestro enfado porque en el bar donde estábamos tanto él como nosotras nos habían  cobrado un precio exagerado por una cerveza. Aunque consiguió que nos sintiésemos más optimistas y felices, al día siguiente, bueno en realidad ya aquella misma noche, la sensación de decaimiento y depresión se impuso.

Cuento todo esto  porque me ha sorprendido este año que en Madagascar también consuman qat. Nunca había oído que se consumiese fuera de la zona antes mencionada. Había escuchado que en París se puede encontrar en zonas donde habitan emigrantes del cuerno de África, aunque la necesidad de consumirlo fresco hace difícil una exportación exitosa, pero jamás había oído que se estuviese extendiendo por otros países. El caso es que en el viaje de Tana a Diego Suarez, a unos pocos kilómetros de Diego Suarez (como 5 o 6 horas de carretera), vi vender unas hojas en bolsas blancas que me recordaron al qat, ya que es extraño vender unas hierbas y sólo eso.  Mis sospechas se confirmaron cuando un joven dejó por la ventanilla a mi lado una de esas bolsas con ramas de hojas verdes bocabajo para mantenerlas frescas y un botellín de agua. Cuando se subió (accedió al minibús por la ventanilla) me pareció oír que otros viajeros mencionaban la palabra qat y le pregunté si era qat y si se producía en Madagascar. Y efectivamente era qat y lo producen en Madagascar. Tiene su lógica ya que Madagascar tiene amplias extensiones de  tierras altas con buen clima para el qat . El chico se ventiló el qat durante el trayecto en autobús. Se tragó las hojas como hacen los etíopes,  en vez de guardarlas en el papo y luego escupirlas como hacen los yemeníes. Cuando visitamos la montagne d’Ambre, a unos 1300 o 1400 metros de altitud, el guía nos dijo que al ser una zona volcánica es muy fértil y que allí se planta qat.

Nunca a la cama te irás sin saber una cosa más.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

De Nampula a Ilha de Moçambique en chapa… ¿en chapa?

Controles policiales en el norte de Mozambique
Haciendo los deberes en Ilha de Moçambique

Segundo día en el país, justo habíamos llegado a Nampula el día anterior por la tarde. A ver cómo lo cuento.

Estatua a Camoes en Ilha de Moçambique.
Camoes escribió parte de Os Lusíadas
 en esta isla
Salimos del Ruby backpackers  tras desayunar dispuestas a tener que esperar un buen rato en la estación hasta que se llenase una chapa para ir a Ilha de Moçambique. Sin embargo, nada más llegar a la parada y preguntar por nuestro destino nos señalaron una furgoneta que ya estaba prácticamente llena. ¡Qué suerte!  Pero…  ahí  se acabó nuestra buena estrella. Cuando el conductor ya estaba presto a salir, se le acercaban hombres que parecían  advertirle no sé de qué mientras plantaban su dedo índice ante su cara. Otros conductores también le señalaban y con un gesto de la mano parecían indicarle que se anduviese con cuidado. Los pasajeros empezaron a hablar entre ellos. Nosotras sólo entendíamos control, multa, problema de tránsito… El conductor, mientras, juraba en portugués  y se daba golpes en la cabeza. “Tal vez tengáis  que hacer autoestop” nos dijo. ¿Cómo? ¿Aún no hemos salido y nos manda a la calle? Nosotras no entendíamos nada. Le preguntábamos y la respuesta era que había un problema de tránsito.

Jugando a las canicas en Ilha de Moçambique
Finalmente, la furgoneta se puso en marcha, pero todas las chapas, machibombos o camiones con los  que nos cruzábamos le hacían las mismas señales de advertencia y él se cagaba en lo más barrido. Creo que aún no habíamos terminado de salir de Nampula, apenas habíamos recorrido 7 u 8 km, cuando se desvió de la carretera y aparcó la furgoneta entre un grupo de  casas, tal vez de una misma familia, no se puede decir que fuese una aldea, eran apenas cinco o seis casas. La gente se bajó. El conductor, los ayudantes y algunos viajeros desde el arcén miraban carretera adelante hacia donde se supone que estaba el control policial. De vez en cuando decían, “éste ha pasado”, “éste no ha pasado”. En el control parecían irse amontonando chapas, coches y camiones. El conductor paraba una moto y se acercaba hacia el control, volvía… De repente, se sentó en el vehículo y escondió aún más la chapa entre unas casas algo más alejadas de la carretera.  No entendíamos nada. ¿Llevábamos demasiada carga? ¿Íbamos demasiada gente y podían multarle? El ayudante del conductor le decía que metiese parte de la carga dentro, reorganizaron los bultos, pero seguíamos sin movernos. Alguna gente empezó a coger sus cosas y salió a la carretera a buscar alguien que le llevase en moto. Mientras, otras chapas, tres, fueron entrando en el recinto y se iban escondiendo igual que la nuestra. Un vecino de una de esas casas nos sacó un banco para que nos sentásemos.  Parecían acostumbrados a este tipo de visitas. Con nosotras viajaba un mujer embarazada que además tenía un niño de apenas un año con ella. Otras dos viajeras empezaron a hablarle de la necesidad de esperar por lo menos dos años antes de quedarse otra vez embarazada, de las ventajas de usar el DIU… Al poco, ellas también decidieron marcharse. Quedábamos poca gente y aquello no tenía visos de solución. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Dos horas, dos horas y media? No lo sé, cuando viajo a África acostumbro prescindir de medir el tiempo, es inútil. Por fin llegó de nuevo el conductor y se subió a la chapa. Mientras esperaba el momento de salir a la carretera dijo: “Yo me vuelvo a Nampula, hoje não quero problemas” ¿Cómo? Ni hablar.  “No, no, voy a ir por otro camino a ver si puedo evitar el control”  Cruzó la carretera y la vía del tren paralela y se metió por un camino por entre casas hasta que llegamos a un punto de no retorno en donde había otras chapas con sus correspondientes viajeros escondidas entre las casas.

Mezquita verde de Ilha de Moçambique.
Eso nos decidió. Salimos del vehículo, le pedimos al conductor nuestras mochilas y nos dispusimos a hacer autostop. El conductor nos dio las maletas de mala gana y nos pidió 100 meticais por habernos traído desde Nampula hasta un punto indefinido de la carretera en medio de ninguna parte (el precio hasta Ilha es de 400 meticais).  La verdad es que fue una decisión bastante loca, ya que eran pocos los vehículos que pasaban por la carretera y la mayoría de ellos chapas que tenían el mismo problema que la nuestra. Además, el transporte público en Mozambique sale siempre pronto por la mañana, y ya eran las 11:30 o así, por lo que ya ni siquiera chapas aparecerían por allí. Sin pueblos de importancia hasta Namialo y sin agua era una decisión un poco suicida. Sin embargo, animosas (Otro viajero se nos acercó y nos dijo: “yo también voy a coger mi maleta y voy a hacer autoestop”. Eso nos dio ánimos.) nos pusimos en la carretera en plan Pekín Express intentando parar algún coche. El tercero que pasó se paró, pero como somos unas autoestopistas novatas no nos enteramos y unas mujeres que estaban en el arcén nos hicieron señas: “¡Id, id, que os ha parado!”. Bien, a ver si nos puede acercar unos kilómetros, aunque sea hasta pasar el control. Corrimos hacia el coche y un hombre que por la vestimenta deducimos que era musulmán nos abrió las puertas. ¡Iba hasta Ilha! Llevaba dos meses fuera de casa y ya tenía saudade de su isla, “é pequenina, mas bonita”, decía. Había estado dos meses en Malawi y llevaba dos días sin parar conduciendo. Así que supongo que nos paró buscando un poco de conversación que lo mantuviese despierto, ya que según dijo estaba muy cansado y con ganas de darse una ducha y dormir.

Jugando al fútbol con una pelota hecha con bolsas de plástico.
Playa de Wimbi. Pemba.
Por la carretera había bastantes puestos de venta de castañas de cajú. En algunos salía un hombre ofreciendo la mercancía, pero en otros habían puesto un muñeco de tamaño humano, para no tener que levantarse cada vez que aparecía un coche. “Ese es un muñeco”, decía nuestro conductor, cuando divisaba uno desde lejos. Llevaba el coche (un Toyota 4x4) lleno de boniatos, plátanos… y otras cosas que había ido comprando en la carretera aquí y allá, donde más barato es cada mercancía. El repollo por ejemplo lo compró a 20 meticais y en Ilha cuesta 60 según nos dijo. En Namialo paró en el mercado y compró un balón para su hijo: quería darle una sorpresa (En el norte de  Mozambique se ven muy pocos balones de plástico, todavía muchos niños y jóvenes juegan al fútbol con balones hechos con bolsas de plástico enrolladas hasta formar una pelota). No supo decirnos qué pasaba en la carretera, por qué había tantas chapas paradas, pero dijo que para ir de Nampula a Ilha es mejor ir en carro, que las chapas son un problema,  no nos especificó más.  Un hermano suyo vive en Lisboa y estaba allí de visita. A su hermano no lo conocimos, pero sí a  su sobrino, un chico de unos 20 años que llevaba dos clavos decorativos bajo el labio inferior. ¡Vaya pinta de portugués!


Ilha de Moçambique
Nuestro taxista ocasional tuvo la amabilidad de, tras dejar las cosas que había comprado en su casa  y darle la sorpresa a su hijo, acompañarnos en el coche con dos de sus hijos hasta el hotel (estaba cerca de su casa). Le preguntamos cómo podíamos agradecérselo y aunque en principio levantó los hombros  como diciendo “vosotras veréis”, le dimos una cantidad generosa de dinero porque nos libró de una buena. Por el camino casi no vimos chapas, el calor era excesivo ya a esas horas y  no pasaron muchos más coches. Además, no hay pueblos de importancia, ni lugar donde comprar agua, excepto Monapo y Namialo, a por lo menos 80 kilómetros de donde abandonamos la chapa.

Estatua a Vasco de Gama
 en Ilha de Moçambique

Más tarde, en Ibo, conocimos a un brasileño, Diego, que nos dijo que él tuvo que pegar (coger) siete chapas para llegar de Nampula a Ilha, unos 170 km. Por lo visto, no es una ruta sencilla para hacer en chapa, a pesar de que la carretera es buena. Unos catalanes que conocimos también en Ibo, sin embargo, creo recordar que dijeron que no tuvieron problemas. Cuando volvíamos a Nampula desde Pemba, la policía en el control de entrada a Nampula hizo bajarse de la chapa a un joven de aspecto somalí  al que ya en un control anterior habían hecho descender de la furgoneta, aunque finalmente le habían dejado continuar la marcha. En esta ocasión le hicieron quedarse en el control y nosotros seguimos hasta la estación, que ya estaba cerca. Los controles en el norte de Mozambique son mucho peores que en el sur. Además de ser más frecuentes y reunir un nutrido grupo de cuerpos policiales -hay uniformes de todo tipo, unos van armados y otros no-, acostumbran pedir mordidas con todo descaro. Cuando íbamos a Pemba en chapa, el ayudante del conductor nos pidió a los viajeros billetes de 20 meticais  (al parecer no tenía nada suelto) en un par de controles para soltarles a los policías. Dos viajeros le proporcionaron los billetes que luego al llegar a Pemba el ayudante del conductor les devolvió. Aún así un joven policía de gafas oscuras no parecía conformarse y le pedía 60 meticais.  En el sur nos pidieron alguna vez el pasaporte pero nos lo devolvían sin más. Aquí, nos lo han pedido muchas veces (hay muchos controles seguidos sobre todo a la salida y entrada de las ciudades), y algunas veces se lo han llevado diciendo que tenían que hacer alguna comprobación, lo que indudablemente te pone de los nervios. No hemos dado dinero, que es lo que quieren, pero conseguían poner nerviosos a todos los viajeros y no sabemos si el conductor o el ayudante soltaron más dinero debido a nuestra presencia. Alguna vez sí nos preguntaron en las chapas antes de llegar al control si teníamos los pasaportes. Los catalanes que he citado antes sí tuvieron un rifi-rafe con la policía porque al parecer la chica en  la foto del pasaporte tenía pendientes que ahora no llevaba puestos y esto les daba una razón a los polis para intentar sacar una mordida.  Sin comentarios. La página web del gobierno español dice que en caso de que la policía te diga que has de pagar una multa por la razón que sea, uno no se enfrente a ellos y acepte pagarla pero les diga que desea hacerlo en comisaría. Decirlo es fácil, pero no sé si en la práctica será tan fácil insistir en que te lleven a comisaría a pagar. 

Reminiscencias indias en Ilha.
Aunque no sé la razón de porqué el conductor de la chapa de Nampula a Ilha no se atrevió a seguir hasta el control, supongo que ese día alguno de los policías que había en el control era especialmente cabrón, o que ese día los policías tenían orden de llevar a cabo el control más a rajatabla de lo habitual. El caso es que como bautismo en chapa en el norte de Mozambique la experiencia no estuvo mal. Como decía Dieguinho, “así tenéis algo que contar”.


Dhow al atardecer en Ilha de Moçambique








lunes, 20 de julio de 2015

Luciérnagas de Madagascar

Sainte Marie, Nosy Boraha

Luciérnagas, fugaces
Estrellas ante mí.
Voladoras, ausentes,
Lluvia de cosmos
Que a la lluvia preceden.

Las luciernagas.
Como las estrellas,
Son lo que no son:
Luz extranjera de otros años,
Noctámbula luz
Que me lleva a otros veranos.
Un engaño.

Está la que no se ve.
La que vemos llega tarde.
La vista nos engaña,
Oculta al bicho la luz exangüe.

Llueve



martes, 13 de enero de 2015

Ballenas jorobadas de Madagascar


... y ballenas piloto en Tenerife. 

Resoplar de ballena piloto. Tenerife (España)

40 toneladas. 40.000 kilos. El equivalente a 80 toros de lidia. Ese es el peso al que puede llegar una ballena jorobada adulta. Cuando nacen los pequeños ballenatos ya pesan más que un toro bravo, unos 600 kilos.

Ballena jorobada. Madagascar.

Estos enormes cetáceos acostumbran acercarse a las costas de Madagascar durante los meses de julio a setiembre desde el mar antártico en el que viven, con intención de reproducirse y traer a sus hijitos a este mundo en un entorno climático más amable.



Ballena jorobada muy cerquita de la embarcación. Madagascar.
Sobre todo resultan fáciles de ver en la bahía de Antongil, debido a que se concentran en un espacio reducido y cerrado. Si cogéis alguna lancha de Maroantsetra a la península de Masoala, a cambio de un plus -desde mi punto de vista excesivo- os ofrecerán avisaros y señalaros a los cetáceos, si los ven. Nosotras lo pagamos, pero sólo vimos algunos delfines a cierta distancia. Además como la lancha es tan pequeña (para dos o tres personas no más) y el mar un tanto movidito, bastante tienes con ocuparte de que un golpe de mar o el golpetón de la barca al caer desde lo alto de una ola no te lance al agua helada, como para buscar ballenitas y disfrutar de ellas. De todas formas, la gente del lugar nos dijo que el año pasado la bahía estaba a tope de ballenas, así que tal vez vosotros tengáis más suerte. Ya sabéis que ver a los animales en libertad exige paciencia e insistencia, y que eso no asegura que finalmente los veas.


Ballena jorobada. Madagascar

Desde los ferris que van de Soanierana-Ivongo a la isla de 
Sainte Marie también se puede ver a estos cetáceos y además de forma gratuita, eso sí, si se tiene suerte. Nosotras vimos varias en el viaje de ida, a lo lejos, pero lo suficientemente cerca como para disfrutar de sus saltos. El ferry tiene una ventaja y es que vas cómodamente sentado en un barco grande y estable, así que no tienes que ocuparte de agarrarte, te sientes seguro, no pasas frío y no te mojas en exceso.


Esquieleto de cachalote. Sainte Marie. Madagascar
Como ver a las ballenas desde el ferry nos certificó que efectivamente estaban en la bahía, decidimos hacer la excursión que ofrecen muchos hoteles y agencias de Sainte Marie para ver las ballenas. Elegimos la excursión ofrecida por el Hotel Libertalia, que está a unos 4 km de la capital dirección sur, fácilmente accesible a pie o en tuk-tuk. Cuesta unos 130000 aryaris, 40 euros más o menos. Hay ofertas más baratas, pero conviene ver primero el barco antes de decantarse por una u otra oferta.


Ilê aux Nattes. Sainte Marie. Madagascar.

Libertalia te da chubasqueros y chalecos salvavidas, por lo demás hay que decir que en el barco hay que ir descalzo (en el hotel os dirán donde podéis dejar las chanclas) y con pantalón corto, ya que uno acaba empapado sí o sí. Además conviene llevar una bolsa estanca de plástico o algo para proteger la cámara de fotos. Lo normal es que se moje y comience a comportarse caprichosamente si no se os jode del todo. Yo ya pensaba que había conseguido cargarme la cámara. Ya se me había mojado intentando fotografiar a los indris en Andasibe y el zoom empezó a ir a su bola. Después en Masoala se me volvió a mojar al intentar capturar a los lémures allá en lo más alto de los árboles bajo una lluvia inclemente. Cuando salió el sol el objetivo, la pantalla y el visor se me llenaron de vaho haciendo imposible fotografiar nada, aunque cuando se secó la cámara volvió a ir bien. Pero después de la excursión a ver las ballenas, la cámara se plantó y empezó a funcionar como le daba la gana: sacaba fotos que yo no le pedía, acercaba o alejaba los objetos a retratar según mejor le parecía, en fin, pasaba de su dueña con todo descaro. De todas formas, me pareció un bonito modo de mostrar su enfado, ya que en ningún momento dejó de funcionar del todo. Así que intente tratarla con cariño, secándola bien, arropándola mientras estábamos en lugar seco... y finalmente conseguí que se reconciliara conmigo y me volviera a hacer caso.


Dífícil hacer fotos.
De todos modos, hacer fotos a las ballenas desde el barco es harto difícil, la embarcación no para de moverse mecida por las olas y las ballenas emergen y se sumergen sin avisar, lo que hace muy difícil disparar la cámara en el momento justo. Es más fácil sacar vídeos, de los que luego podéis hacer fotos. Éstas tendrán menos calidad pero en contrapartida podréis detener la reproducción del video en el momento más adecuado, obteniendo imágenes muy difíciles de sacar directamente en foto.


Ballena jorobada a apenas 15 metros del barco. Madagascar
En teoría el barco ha de mantenerse a unos 200 metros del cetáceo. Cuando se avista uno, y una vez que ya se está cerca se navega en paralelo a la ballena muy lentamente. Es entonces cuando la(s) ballena(s) tal vez se acerque(n) peligrosamente al barco, como nos sucedió a nosotras. El patrón dijo que en cierto momento la ballena estaba a unos 15 metros, pero a mí me pareció que estaba apenas a tres o cuatro. Se escondía bajo el agua a estribor y al poco aparecía a babor o en la proa, y uno sospecha que ha pasado por debajo de la embarcación. La ballena nos estuvo toreando así un rato que a mí se me hizo interminable y eso que aún no había visto esas imágenes de internet en las que una ballena jorobada salta sobre un velero hundiéndolo sin remisión. La embarcación era pequeña, para apenas 20 personas -íbamos 14 turistas más el patrón y la bióloga que daba las explicaciones- y os aseguro que impresiona ver un bicho tan grande e imprevisible haciendo cabriolas a apenas unos metros de ti. En el barco iba una chavala de unos 12 años, pero no creo que este permitido ir con niños más pequeños. La travesía duró unas tres horas y media.


Pontón del hotel Boraha Village. Sainte Marie. Madagascar
Como he dicho más arriba, uno acaba empapado, aunque no llueva, pero es probable que también os llueva un poco. A nosotras nos llovió ya cuando volvíamos y como el barco navegaba rápido la lluvia te golpeaba molestamente en la cara hasta hacerte daño. Llegamos al pontón del hotel ateridos de frío, después de hacer el trasvase desde el barco hasta el pontón en una pequeña lancha. Recorrimos helados y mojados como sopas la pasarela hasta el restaurante del hotel donde nos sirvieron un té bien caliente mientras nos daban las últimas explicaciones sobre las ballenas jorobadas.


Barco para avistamiento de ballenas. Tenerife.
La experiencia es fantástica pero he de reconocer que me lo pase mucho mejor al mes siguiente en Tenerife cuando desde el puerto de Los Cristianos tomamos un bajel imitación a las goletas antiguas para ver las ballenas pilotos. Éstas son mucho más pequeñas que las jorobadas, apenas pesan 4 toneladas, y totalmente diferentes en su aspecto. Además éstas por lo general no saltan. Pero el clima era magnifico, el barco velero de madera se deslizaba con suavidad haciendo crujir las tablas y maromas como el ronroneo de un gato. Varios cetáceos con sus crías nos acompañaban en un silencio sorprendente, solo se oía el chapoteo del agua, el resoplar alegre de las ballenas y el crujir de la madera. Siempre me ha sorprendido el silencio con el que se desenvuelven la mayoría de los grandes animales: elefantes, rinocerontes, gorilas... transmiten una paz que añoro entre los ruidosos humanos.


Ballena piloto. Tenerife.
Por otra parte, a diferencia de la excursión de Madagascar, estas excursiones para ver ballenas en el sur de Tenerife son aptas para cualquier edad. En nuestro barco el niño más pequeño aún gateaba y la persona mayor tenía 82 años. Además son mucho más baratas, por un par de horas te cobran unos 7 u 8 euros, no recuerdo exactamente. Y las ballenas, si no me equivoco, están en las inmediaciones de Tenerife, a pocas millas de la costa, durante todo el año. 





martes, 25 de noviembre de 2014

Madagascar: alma asiática




Jóvenes malgaches en la playa de Tamatave


Lamela junto a un termitero,  Andasive
Una de las cosas que leerás sin duda antes de viajar a Madagascar es que sus primeros pobladores fueron indonesios y malayos que, a pesar de estar mucho más lejos que los africanos de la isla, llegaron a la costa malgache quién sabe en busca o huyendo de qué y allí se quedaron. Después llegaron los árabes y con ellos esclavos negros, los portugueses, piratas holandeses, británicos y americanos que se casaron con mujeres malgaches, y finalmente otro tipo de piratería: los colonizadores franceses e ingleses. Pero la mayor parte de la población es de origen asiático, al igual que la lengua malgache.


Pousse-pousse de Tamatave.

Una vez en el país enseguida reparas en que en general la gente es de menor estatura y corpulencia que los africanos bantúes, de tez más clara, de cara muy ancha y nariz en ocasiones extremadamente aplastada, de pómulos prominentes y de pelo lacio o rizo suelto. Hay semblantes que recuerdan las construcciones en piedra de Angkor. En Toamasina, Mananara y otras ciudades además se ven familias de aspecto achinado y color pálido.


Familia malgache en la playa central de Tamatave

Pero eso sólo es el exterior, cuando fui consciente de la verdadera idiosincrasia asiática de muchos malgaches fue al llegar a Toamasina. Llevábamos todo el día en un minibús y ya era noche cerrada. La carretera estaba, como el mercado de los alrededores, totalmente a oscuras. La entrada a la ciudad se efectúa por una vía construida de dos direcciones pero que, la creencia de los comerciantes de que cuanto mas cerca se esté de la carretera más clientela se va a tener, había estrechado hasta dejar un pequeño paso por el que apenas cabía el autobús. Sin embargo, a esas horas, hora punta en que todos volvían a sus casas, a parte de a los camiones de Total cargados con combustible que suponen el principal trafico de la RN2 entre Antananarivo y Tamatave, la carretera había de hacer hueco a un montón de ricksaws o tuk-tuks, a gente que iba y venia a pie en la oscuridad, y sobre todo a innumerables pousse-pousse o bici-ricksaws, que arriesgando alegremente su vida, sin una sola luz que avisase de su presencia, pedaleaban, diminutos, pegados a los enormes camiones de la petrolera francesa. Incluso los pocos pousse-pousse  tirados por enclencles hombres que todavía quedan en el país, no parecían encontrar nada extraño en compartir carretera con vehículos gigantes que podrían engullirlos en cualquier momento. Por supuesto, ninguno llevaba distintivo luminoso alguno. Cerré los ojos en más de una ocasión, segura de que acabaría viendo un macabro accidente, pero milagrosamente ese día no sucedió nada. 


Mujer malgache esperando poder seguir viaje

Jóvenes a la salida del cole. Navana. Madagascar

A la cabeza me venía la imagen de un hombre tirando de un carro lleno a rebosar en medio del terrible tráfico de Agra: ricksaws de los que sobresalía una barra de hierro de tres metros, mulas medio aplastadas por sus cargas, bicis que llevaban adosadas hasta seis bombonas de butano - cómo mantenía el equilibrio el conductor, ni idea-, motos, coches, minibuses... y él en medio de toda esa marabunta, intentando hacerse paso lenta y costosamente, el lomo totalmente doblado, mientras un policía insensible, absurdo, loco, le azuzaba con un palo para que fuese más deprisa, algo imposible según las mas elementales leyes de la naturaleza.


Niños en la playa de Tamatave.



Carrera en la playa de Tamatave.

Los asiáticos -permítanme esta generalización del todo injusta- parecen no entender que hay cosas que por naturaleza son imposibles para el ser humano, que un camionero por mucho cuidado que tenga no puede evitar atropellar a alguien si, de noche y en una vía que no ilumina ni la luna, a diestra y siniestra tiene pegadas a sus ruedas cientos de bicicletas, tuk-tuks y personas  imprevisibles en sus vacilantes movimientos al driblarse unos a otros y desprovistos de cualquier tipo de señal luminosa que avise de su presencia. A esto es a lo que me refiero cuando digo que reconocí en los malgaches un algo asiático.


Joven malgache. Carretera Tamatave- Maroantsetra
En el embarcadero de Soanierana-Ivongo las tres compañías navieras que van a Sainte Marie cuentan con salas de espera construidas en madera sobre el río en precario equilibrio, el suelo que sirve de sujeción a uno de los bancos está resquebrajado y el banco torcido. Las maderas rotas dejan ver el agua. Los trabajadores no dudan, sin embargo, en acumular todos los equipajes en un mismo lugar sobre la madera combada, ni los viajeros se lo piensan dos veces a la hora de apelotonarse a la espera de recoger sus bártulos, para estupor del responsable de la compañía, que parece el único consciente de la tragedia que se cierne. La evidencia del desastre parece invisible a sus ojos. Es como si pensasen que la vida es un sinfín de peligros inevitables y que hay que asumirlos. Tal vez están tan acostumbrados a los desenlaces fatales que no les dan importancia.


Familia malgache. Navana.  Nordeste de Madagascar

Es verdad que debido a la escasez de medios en muchos países africanos se puede ver a niñas acarreando bidones de 25 litros de agua sobre sus espaldas, mujeres transportando sobre la cabeza un colchón de matrimonio con intención de venderlo en el mercado, o niños arrastrando sacos de cereal mas grandes que ellos, cosas ya de por si harto difíciles para un ser humano; pero en mi imaginario asiático la niña que acarrea el agua encima es azuzada para que vaya más rápido y la mujer del colchón hace el camino al mercado por una carretera en la que ha de ir sorteando vehículos a derecha e izquierda. No sè si se me entiende. Pues es ese llegar al extremo de lo soportable por el ser humano o el arriesgarse hasta un punto casi irracional lo que me parece más asiático que africano y que he percibido en los malgaches.



Pousse-pousse a la espera de clientes. Tamatave.



martes, 19 de agosto de 2014

De Tamatave a Maroantsetra en taxi brousse

La RN5. Madagascar.



La RN5. Madagascar. Esperando al transbordador para cruzar uno de tantos ríos.





RN5. Hay que bajarse de nuevo del coche y seguir andando.
Nuestra intención, dada la dificultad de la carretera, era ir en barco y hacer la vuelta en taxi brousse. Me había puesto en contacto con Melissa express y en principio me dijeron que sí había barco, que les avisase unos 15 días antes y me reservaban las plazas. Pero cuando les pedí que me reservaran me dijeron que al ser invierno (allí, era julio) no sabían si podrían salir por la mala mar, que ya me dirían. Ya en Madagascar, gracias a la WiFi del hotel Le Flamboyan de Tamatave supe que finalmente el barco no saldría.

Eso hizo que dudásemos si ir hacia Maroantsetra o cambiar de planes e intentar ir a Diego Suarez. Pero no sé porqué el vendedor de billetes de la empresa Kofifen me dio cierta confianza y decidimos comprar dos billetes a Maroantsetra. Había servicio un día después y nos dijo que tardaría dos días. Habíamos preguntado en la caseta que anunciaba viajes a Diego y nos habían dicho que había servicio todos los días, pero acto seguido nos pidieron el número de móvil lo que nos hizo suponer que lo de taxi diario eran fantasías del jefe.

RN5. Lo mejor es ir descalzo.
A Maroantsetra, pues. La rendez-vous el jueves a las 15:00 para salir a las 16:00 o 17:00. Hasta entonces esa había sido la media de espera para salir en un taxi brousse, así que nos apareció lo normal. Acudimos puntuales a lo que los malgaches denominan "estación", un lodazal, el jueves aún mas enfangado de lo normal y lleno de enormes charcos debido a las lluvias nocturnas, en donde se concentran cubículos de unos 6 u 8 metros cuadrados que hacen las veces de taquilla, consigna y sala de espera-desespera de las diferentes compañías, las cuales además exhiben sus vehículos justo en frente obstaculizando la visión de la caseta y la entrada y estancia de los viajeros, que además han de hacer hueco a los vendedores de linternas y demás.
Pesando los bultos en la "estación" de Tamatave

Nos dispusimos a esperar de pie, esperanzadas, ya que había dos 4x4 cerrando el habitáculo, y delante de uno de ellos, el nuestro, ya habían amontonado algunos sacos de arroz y diversas bolsas previamente pesadas y pronto empezaron a empotrarlas a presión primero en la parte trasera del pick-up y luego en la baca. El trabajo es arduo, es como una especie de tetris en el que cada pieza debe encajar, ya que, como luego comprobaríamos, la carretera exige mantener un equilibrio de pesos exhaustivo, matemático, si no quiere uno que acabe volcando. Tras cubrir los equipajes con un toldo de plástico para que no se mojen, lo aprietan bien con cuerdas y colocan el resto, los pollos en cestas, balones y demás bártulos encima de la cabina. A todo esto, ya estaban cubriendo las maletas con  un plástico y seguían sin coger nuestras mochilas. Vaya, parece que ese no era nuestro coche. ¿Cual es el nuestro?, pregunté. - Elle est là, me dijo el oficinista señalando hacia el otro Toyota. Ya eran las 16:00 y todavía había que cargar el coche, no era muy alentador pero ya habían empezado a amontonar bultos delante de él, ¡bien! Entretanto el coche ya cargado se movió hacia delante -nadie se montó- y vino un Toyota rojo. También vino más gente con más bultos para llenar aún más el pequeño espacio que además de consigna, oficina y demás se utiliza para pesar las maletas y sacos de más de 10 o 15 kilos. Aquello parecía el camarote de los hermanos Marx. Por supuesto no hay baño en ninguna parte. Aunque a sabiendas de lo que nos esperaba habíamos salido del hotel bien meadas, el tema ya nos empezaba a preocupar. Llenaron la segunda pick-up, la nuestra, pero ya estaban poniendo los toldos y nuestras mochilas seguían en consigna como base de apoyo de un hombre allí tumbado de desesperación. ¿Qué pasa con nuestras mochilas?, pregunté de nuevo al joven. Vuestro coche viene en 15 minutos, dijo tan tranquilo. ¿Cómo? ¿Aún no ha venido? O sea, no era la primera pick-up, como ya sabíamos, ni  la segunda, como acabábamos de enterarnos, pero es que tampoco era la roja que había llegado después y al lado de la que ya había bultos amontonados. Se hizo de noche, seguían pesando y amontonando bultos, colocando bártulos en pick-ups que nunca salían... Dieron las siete, alguna Toyota parece que hizo un amago de iniciar la marcha y entonces llegó nuestro coche.

En el transbordador
Finalmente a las 20:00 nos dijeron que ya podíamos montarnos. 5 horas de espera, 5. Habíamos cogido cabina, por supuesto. Delante, con el conductor van otras dos personas y atrás meten 4 personas en el espacio de tres, en plan lemur, bien juntitos. En la parte trasera del Toyota ni sé calcular cuanta gente meten, unos 15 sí, niños y bebés incluidos. Estábamos ya dentro del coche aspirando los humos del camión aparcado al lado cuando descubrimos que las ventanas no se podían cerrar, había que pedir la manivela al conductor cada vez que se quería abrir o cerrar la ventanilla. Luego descubriríamos que una de las puertas tampoco se podía abrir desde dentro, lo cual era un fastidio debido a que cada dos por tres hay que bajarse del automóvil. El conductor se montó y... vaya, ¡qué sorpresa!, no había forma de hacer arrancar el coche, hubo que empujar un par de veces y al fin salimos. El coche no iba bien, sin embargo, y tuvimos que parar varias veces para que el conductor examinara el motor. Al principio pensamos que los coches esperaron a salir prácticamente todos a una para poder ayudarse ante las dificultades del viaje. ¡Qué ilusas! El conductor tuvo que buscarse la vida él solito, paró en un pueblo y pidió alguna herramienta o pieza o algún tipo de arreglo en una casa que le habían indicado personas del pueblo a las que había preguntado y posteriormente anduvo como una hora en el motor hasta que quedó satisfecho. En la Lonely Planet ponía que el viaje podía durar entre 2 y 7 días: estaba claro que con ese coche iba a durar toda la semana, pasaríamos el mes yendo y viniendo de Maroantsetra. ¡Vaya plan! 
Parada para desayunar



Paramos en un pueblo con karaoke a cenar –y a mear detrás de unas casas en la oscuridad- y hacia las 2 de la madrugada llegamos a Soanierana-Ivongo y allí paramos a dormir, lo que hicimos la mayoría de los viajeros en el coche.

RN5. Transbordador. Preparandose para ir a tierra.
Habíamos hecho la parte fácil de la carretera, los 100 km de carretera asfaltada. Tardamos 6 horas (aquí no cuento las 5 de espera hasta que salimos), pero si el coche hubiese estado en buenas condiciones habríamos tardado 3. Los otros 200 km de pista sin asfaltar hasta Maroantsetra nos costaría hacerlos, en cambio, 4 días, es decir, hicimos una media de 50 km, no a la hora sino… ¡al día! Y eso saliendo temprano a la mañana hacia las 4 o 5 de la madrugada y parando a dormir hacia las 19:00 o 20:00, ya noche cerrada, ya que allí anochece para las 17:30. La razón es que lo que llaman carretera es en realidad una sucesión ininterrumpida de agujeros generalmente llenos de agua cuyo diámetro va de un lado a otro de la pista y en los que un coche sumergido no dejaría a la vista ni la baca. De hecho, es fácil ver patos u ocas gozando tranquilamente de un baño en esos grandes charcos que jalonan la carretera, está claro que sus lúcidas aunque erradas mentes deducen que por ahí es imposible que pueda importunarles algún coche. Por otra parte en un largo tramo antes de llegar a Mananara la pista se convierte en un auténtico camino de cabras, lleno de piedras y de piso resbaloso, un sube y baja que deja a un lado los acantilados y el mar. Para atravesarlo es necesario que los viajeros de la parte trasera, los que no van en cabina, se bajen  cada dos por tres y continúen andando y que alguno de ellos y/o el ayudante del conductor se agarren por fuera a los lados del vehículo y hagan contrapeso para evitar que el vehículo vuelque o se quede atorado. Mientras, otro ayudante  a sueldo o voluntario va a veces andando otras corriendo estudiando el camino y mostrándole al conductor el paso más adecuado. Aun así de vez en cuando el coche queda atrapado en el barro y hay que poner alguna piedra o rama y empujar o hacer contrapeso para salir del atolladero. Todo esto sucede cada cinco metros, por lo que este tramo que cuesta hacer unas 4 horas o más y que te produce un dolor de cervicales considerable no implica restar kilómetros al viaje, una vez pasado te das cuenta a la vista de algún raro mojón que te siguen quedando los mismos kilómetros que antes de iniciarlo. Es de reseñar que los viajeros que son invitados a bajar del coche en este tramo de pista  han de andarse con cuidado porque el conductor bastante tiene con lo suyo y corre uno peligro de ser atropellado. A veces los viajeros hacen varios kilómetros hasta que les alcanza el coche. Supongo que para los que van atrás en parte es un descanso olvidarse por un rato del traqueteo y hacinamiento que 
Arreglando el puente:"júntate, que junto estabas"
sufren y pisar tierra y estirar las piernas. Aunque a veces el tramo que hay que hacer andando (en muchas ocasiones han de bajarse todos los viajeros, también los de cabina, así que hablo por experiencia propia) es un lodazal en el que no es difícil hundirse hasta la rodilla, por eso ellos siempre van descalzos. Tanto para pasar estos tramos como para subir a los rudimentarios transbordadores, cruzar puentes dudosos etc. es lo mejor.


Los patos están a sus anchas en la RN5.
Otra de las causas de que uno pase horas y horas en el coche y apenas avance kilómetros es que la pista, que va paralela a la costa, está jalonada de ríos, de las desembocaduras de innumerables ríos para ser más exactos -lo intentamos tanto a la ida como a la vuelta pero nos aburrimos de contarlos, ¿20?, ¿25?, tal vez más-. Al ser la desembocadura son bastante anchos y para cruzarlos hay que usar transbordadores, que no siempre están en la orilla oportuna, o puentes, que no siempre son fiables.


Transbordador de personas, bicis y motos.

Ya en el tramo asfaltado que lleva a Soanierana cruzamos varios ríos por puentes metálicos pero más adelante la cosa se va complicando. Al principio los transbordadores son metálicos y seguros, pero según se va uno acercando a Mananara éstos empiezan a ser apenas un par de filas de bambúes amarradas o dos chalupas sobre las que sujetan unas tablas. Algunos tienen un pequeño motor y otros se ponen en movimiento gracias a las cuerdas que tienen atadas y que desde la otra orilla atraen hacia sí tres o cuatro hombres, mientras los encargados del transbordador, a veces ayudados por los propios viajeros (algunos viajeros en vez de pagar por el billete tendrían que recibir un sueldo), se ayudan de bambúes para impulsar la embarcación. Los viajeros en ocasiones van en el mismo trasbordador que el 4x4  y otras veces han de bajarse del vehículo y cruzar un puente casi siempre en dudoso estado de conservación. Los puentes consisten en una fila de maderas horizontales unidas con clavos por otras en sentido vertical. Muchas maderas están sueltas o rotas. En Anandrivola yo lo pasé realmente mal en uno de estos puentes. Habíamos permanecido en el pueblo todo el día desde las 9 de la mañana sin poder cruzar el río por algún problema con el transbordador. El conductor del coche que estaba atrapado como el nuestro pero a la otra orilla intentó buscar la manera de pasar por la playa, estrategia que se adopta frecuentemente cuando los conductores no se fían del puente por el que han de pasar, y embarcó a parte de sus viajeros y de los de nuestro coche en hacer una zanja no sé exactamente para qué, pero finalmente no lo vieron viable y lo dejaron. A falta de otras ideas al parecer había que esperar a que subiese la marea y las aguas de la desembocadura del río subiesen también y pudiesen sostener el peso del vehículo. Esto sucedió hacia las 4 de la tarde. Para entonces dos de las chicas que iban con nosotras en la cabina ya se habían hartado, habían dejado sus pertenencias en el coche y habían decidido continuar el viaje en moto-taxi, otra contó varias veces su dinero, pero parece que no le llegaba, pero si no, se hubiese ido también. Entonces el conductor del otro vehículo se atrevió a poner su coche sobre las tablas de la balsa, pero inmediatamente las ruedas quedaron sumergidas hasta la mitad. Quitaron peso de la baca, mas no parecía que eso ayudase mucho a reflotar el coche. Trajeron entonces dos bidones grandes vacios para amarrar a la balsa y que ayudaran a los que ya tenía la propia plataforma a 
¿Pintura corporal  de los pueblos del Omo?
 No, el pie de un mecánico de la RN5
al poco de iniciar el viaje.
mantener a flote el vehículo. Para entonces el puente por el que debíamos cruzar los viajeros ya estaba prácticamente sumergido. Alguna gente había tenido la precaución de cruzar antes, pero nosotras, pobres ignorantes, habíamos permanecido en la otra orilla viendo tranquilamente –es un decir, en realidad rezábamos a Changó para que el coche no se hundiese- el espectáculo del remolque del 4x4. Los balseros impulsaron la plataforma con bambúes y mientras, desde la otra orilla, varios hombres tiraron de una cuerda asida a ella hasta que consiguieron poner el coche en tierra. Hubo aplausos. Bueno, si había pasado ese coche esperábamos que pasase también el nuestro, así que nos dispusimos a cruzar el puente hasta la orilla adonde sería llevado. Fue entonces, cuando nos dimos cuenta de que todas las maderas estaban hundidas y era harto difícil saber de entre las tablas que flotaban en el agua, cuál estaba sujeta y cuál suelta. Además habíamos visto como un joven de los que tiraba de la cuerda había caído al agua por pisar una de estas tablas sueltas. Una mujer mayor pidió a un chico que le ayudase a pasar el puente. Todo eran malos augurios.  A la primera de cambio yo pisé una madera suelta que se bamboleo peligrosamente.  Attention”, me dijeron unos jóvenes entre risas (aún no lo he dicho pero los malgaches son bastante cabrones). A partir de ahí el puente se me hizo infinito, no acababa nunca. Pero afortunadamente conseguimos pasar a la otra orilla tanto nosotras como nuestro coche. Cuando reanudamos la marcha todo el campo de las inmediaciones estaba totalmente anegado.


El puente de Anandrivola y el 4x4 una vez quitada parte de la carga, luchando pòr no hundirse.



Acercando el transbordador con la ayuda de una cuerda.
Al llegar a Maroantsetra miramos a ver si podíamos volver en barco o en avión, pero  el barco San Luis que anunciaba en la calle principal viajes a Sainte Marie y Tamatave, nos dijo que no salía debido al estado de la mar. Y Air Madagascar nos confirmó lo que nos temíamos: todos los vuelos de las siguientes semanas estaban llenos. No había forma de salir de allí si no era haciendo otra vez el camino de vuelta en taxi-brousse. Hacia el norte, la única opción es ir andando, ya que no hay ni carretera ni pista alguna y eso supone unos cinco días de caminata para luego llegar a Antalaha desde donde tendríamos que  ir cogiendo distintos taxi-brousse… no, no, imposible no llegaríamos al avión de vuelta…

Una de tantas reparaciones necesarias.
Nunca me he sentido tan atrapada como en este viaje, siempre dudando de si podríamos llegar al avión de vuelta “on time”. Cada kilómetro que hacíamos, pensábamos “bueno, un kilómetro menos que tengo que hacer andando”. Porque sí, el viaje de vuelta también fue accidentado. Al poco de salir de Maroantsetra, -yo pensaba que el conductor era más prudente que el anterior, porque el primer tramo lo hizo muy lento aunque no es malo para los estándarses de esta pista- el eje de transmisión de las ruedas traseras se rompió para gran susto de todos. El coche quedó inclinado hacia un lado y empezó a salir humo, y la puerta no se podía abrir desde el interior, claro. Afortunadamente el humo no fue a más y pudimos salir del vehículo. El Toyota, de la compañía Kofiman en este caso, llevaba dos mecánicos (desconfiad de esto, señal de que el coche está para la rastre). Se pusieron a la labor (suelen llevar todo tipo de herramientas y creo que en este caso también llevaban la pieza que se rompió) y con unos martillazos aquí y allá en apenas una hora consiguieron reconstruir el eje. Teníamos miedo de que el coche aplastara al chaval (eran los dos unos críos) ya que el gato se hundía en el barro,  pero todo salió bien y el coche milagrosamente resistió hasta Mananara. Eso sí, el conductor cada dos por tres les hacía apretar las tuercas de la rueda e iba desconfiado. Tuvimos que parar de vez en cuando para realizar algún que otro ajuste y para poder pasar un puente que tenía varias tablas rotas. En estos casos la solución es, por ejemplo, tomar una tabla de otro lado del puente que esté más católico, clavarla donde se necesite y pasar tranquilamente. El coche que venga detrás que arrée. En esto consiste el mantenimiento de los puentes, se van poniendo parches según las necesidades puntuales supongo que hasta que algún automóvil acabe en el agua y obligue a una reparación más seria.

Esperando al transbordador.
Cuando llegamos a Mananara, hacia el mediodía, se nos informó de que ese día ya no haríamos más kilómetros, el día siguiente saldríamos a las 2 de la madrugada. Supusimos que necesitaban ese tiempo para arreglar el coche (aunque en Mananara hay taquilla de la empresa por supuesto no entraba en sus planes cambiar el vehículo) y aceptamos que nos llevaran a un hotel. Sin embargo, cuando salimos a dar una vuelta, nos encontramos con los cuatro hombres que iban con nosotras en la cabina y nos dijeron que estaban buscando otro coche, un coche bueno, porque con ese no íbamos a llegar ni en un mes, que a ver si en caso de que encontraran uno bueno nos apuntábamos. Les dijimos que sí y a las 9 de la noche vinieron a decirnos que ya lo habían encontrado, que Kofiman nos había devuelto el dinero de lo que quedaba de trayecto (la mitad) pero tendríamos que pagar 20000 ariarys extra. Nos pareció bien y dijeron que vendrían a las 3 de la mañana. Por supuesto no vinieron hasta las 5. Otra vez nos sentimos atrapadas, la única opción de salir de allí era esperar a que saliese otro vehículo –sólo salen tres veces a la semana- o ir andando. Nos vino a la cabeza aquella canción de los 80 de Aerolineas federales, ¿os acordais?: "Vacaciones, los cojones, es mejor trabajar".
Eso sí, la espera nos permitió deleitarnos con una luna menguante tumbada en forma de barca como la de la bandera mauritana y con el insospechado cielo del hemisferio sur, radiante en la noche verdadera, la noche africana. Pero el coche, a pesar de algún que otro susto porque le costaba arrancar, era bueno y, en 24 horas nos colocamos a las puertas de Soaniemara-Ivongo, a donde nosotras nos dirigíamos, aunque desgraciadamente cayó la noche y tuvimos que quedarnos a dormir en la otra orilla del río que nos separaba de la ciudad, ya que el transbordador ya no funcionaba. Total, desde Maroantsetra nos costó llegar a Soaniemara cuatro días y tres noches (a Tamatave lo mismo, tres horas más). Si no hubiésemos tenido que estar en Mananara toda la tarde habrían sido ¡sólo tres días!.

RN5. Una de las playas que se pueden ver durante el trayecto.
De todas formas, hay que decir que la carretera es muy bonita, ves playas de violento oleaje con grandes rocas negras redondas, puedes observar la vida malgache y la arquitectura de sus casas, los arrozales, aunque en julio están bastante feos, la vegetación en la última parte más agreste… y como el coche va tan lento incluso disfrutar de su fauna: mi compañera de viaje vio un camaleón, casi se le metió por la ventanilla del coche. Además son tantos días que te da tiempo de hacer amigos, enfadarte con ellos, volverte a reconciliar… Estoy segura de que muchas parejas malgaches han surgido de estos viajes en taxi-brousse. Normalmente los que no van en cabina suelen dormir en el coche y un día que nosotras también lo hicimos oímos como charlaban prácticamente durante toda la noche con pequeños intervalos de sueño. Por otra parte un chaval que llevaba un pollo en una cesta en la baca se hizo muy amigo de un señor que había despedido como si se fuese a la guerra (no es para menos, por lo menos en dos semanas no las iba a ver) a su mujer e hija en la estación de Maroantsetra. Cada vez que tenían que bajarse del carro para aliviar la carga en los repechos resbaladizos etc. caminaban charlando juntos durante kilómetros, los cogíamos varios kilómetros más allá. A veces dudábamos de si los habíamos perdido por el camino, por lo que nos costaba alcanzarlos con el coche.

RN5.ñ Uno de los muchos puentes a cruzar.
A la noche los coches siempre paran en algún sitio con hotel en donde se puede cenar y dormir, pero no esperéis que os digan si ya ese día no se va a seguir adelante ni que os informen de la posibilidad de coger una habitación, ni la hora a la que se sale al día siguiente. Parecen dar por hecho que tú lo tienes que saber. Así que si ya es de noche y paran, preguntad. Nosotras la segunda noche hicimos el primo y dormimos en el coche, ya que no sabíamos que hubiese hotel. Allá donde para no hay apenas luz, no se ve nada, ni el nombre del establecimiento y si entras a veces sólo ves una sala con un par de mesas largas donde se sientan a comer arroz, pero ni rastro de habitaciones, porque a veces están al otro lado de la carretera ocultas en la noche oscura como boca de lobo. En muchos de estos hotelillos, que suelen ser un conjunto de casitas o bungalós, no hay electricidad, sólo velas, y el baño suele estar afuera, unos metros alejado de las habitaciones por un camino embarrado e irregular en el que no es difícil en la oscuridad romperse la crisma en el intento de ir a mear. Dentro de las casitas suelen tener un aseo que consiste en un desagüe y una palangana con agua. En Rantabe pregunté a la chica a ver donde estaba el váter y me dijo “ahí”, le indiqué que lo que quería ere mear y me dijo: “¡Va!, hazlo ahí, con una sonrisa”. En realidad tenía necesidad de hacer aguas mayores, pero obviamente me tuve que contener. El tema de ir al baño es realmente un problema. Son muy hippies y allá donde para el coche normalmente no hay un lugar cerrado para hacer tus necesidades (y casi que mejor porque el baño de Kofifen en Mananara estaba en el patio de una casa y dentro de la caseta de madera con agujero estilo retrete casa de la pradera había un chorongo de alguien que
Uno de los paisajes de la carretera RN5. Madagascar.
 no había atinado y que nadie se había ocupado de limpiar, una cosa realmente asquerosa), así que, como decía, no hay ningún wc y además como son pueblos, están llenos de gente y casas por todas partes y es muy difícil encontrar intimidad. Por si eso fuera poco, a diferencia del resto de africanos que he conocido, los malgaches son muy fastidiosos y cuando ven que vas a mear te siguen con la mirada, se ríen, comentan, con lo que cuando te pones a ello… ¡no te sale! Es un auténtico fastidio.

Otra de las peculiaridades de esta carretera es que a partir de Mananara o así la gente habla en francos malgaches en vez de en ariarys como la gente normal (¡ya hace unos cuantos años que cambiaron la moneda!), lo cual es también muy fastidioso, hay que dividir entre cinco, si no recuerdo mal, pero cuando compras cosas en los mercados de la calle, como son tan baratas para lo que suelen costarnos las cosas en los restaurantes a los turistas es fácil sentirse perdido y no saber si te piden 100 o mil. De todas formas cuando te equivocas te lo hacen saber y te dan las vueltas, en eso he de admitir que son muy legales.

La RN5. Madagascar.
¿Que si recomiendo la carretera? Yo no digo nada. Tiene su aquel sin duda. Además cuando al ir a la península de Masoala y a Navana en lancha vimos lo jodido que es ese mar en julio, la dichosa bahía de Antongil, en la que es mejor no permanecer a partir de las 11:00 (lo pasamos realmente mal al volver de Navana, con olas que nos empapaban y  nos golpeaban contra el asiento, con el agua entrándonos por la boca y por las orejas y los ojos que escocían por la sal, un sufrimiento de una hora larga que nos dejó hechas una sopa),  ir en taxi-brousse por la RN5 durante un viaje de 5 días 4 noches te parece un viaje de placer.
Espero que ahora que Madagascar ha recuperado la vía democrática y ha sido acepta de nuevo por la Unión Africana, empiece a recibir ayudas para la mejora de sus infraestructuras, premisa básica para el desarrollo del país  y las mejora de la calidad de vida de sus gentes.
El premio: la península de Masoala y sus habitantes.